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RAÍCES DEL YARAVÍ



                                                 Zoila Vega SalVatierra*

             EL crepúsculo -escribió el poeta Guillermo Mercado- es un yaraví. La definición permite aproximarse
                a la doliente melancolía que caracteriza a este género musical mestizo, aún cultivado en algunas
                    ciudades peruanas, y cuyo nombre proviene del quechua harahui o harawi (canto triste).
                     Aquí, una indagación sobre su desarrollo en torno al período del la Independencia.


               n 1791, el periódico bisemanal Mercurio Peruano publi-  dencia indígena. La referencia a su carácter melancólico
            Ecó un artículo laudatorio firmado por «Sicramio», ala-  es una  constante para diversos propósitos: lamentación
            bando un género musical que se oía ya en varias ciudades   en el templo, representación de la pena en el teatro y en-
            sudamericanas: el yaraví. La palabra había aparecido en   tonación del amor contrariado en la tertulia y el salón;
            un diccionario jesuita de 1754, como sinónimo de can-  mientras que su atribución de origen sirve como tópico de
            ción y como parte de una loa alegórica montada en Lima,   lo autóctono en el teatro y en la iglesia, aunque menos en
            en 1789, con motivo de la coronación de Carlos IV, en   la música doméstica.
            la que representaba a la América indígena. También se le   En Lima, por ejemplo, además de entonarse en las ter-
            mencionaba en varios textos como canción triste, propia   tulias como lo evidencia el artículo del Mercurio Peruano, el
            de indígenas llorosos, que se lamentaban de haber perdido   yaraví aparece en tonadillas y representaciones teatrales de
            a su príncipe y que cantaban sus penas en canciones que   finales de la época virreinal y en los albores de la indepen-
            conmovían tanto a los oyentes que les provocaba lágrimas   dencia, cuando se le entonaba en el teatro, en la década
            y dolor. Sin embargo, a pesar de asignársele una y otra vez   de 1820, por figuras de la escena tan renombradas como
            origenes rurales, andinos e indígenas, aparece con bastan-  Rosa Merino, la cantante que estrenó el Himno Nacio-
            te frecuencia como cantar entonado en espacios urbanos   nal en setiembre de 1821. Durante el resto del siglo siguió
            y por élites criollas y mestizas, que en aquella época busca-  siendo un recurso escénico para representar primero lo
            ban formas de expresión alternativas a las españolas.   indígena y, más adelante, lo nacional y así se le incluyó
               Pero no solo se trataba de demostrar que se poseía cau-  en zarzuelas peruanas como Placeres y dolores y ¡Pobre Indio!,
            dal cultural diferente al de la metrópoli, sino que el que   ambas con música del italiano Carlos Enrico Pasta y libre-
            se cultivaba en América era de idéntica calidad al que se   to de Juan Cossío, estrenadas, respectivamente, en 1867 y
            escuchaba en la península. En el artículo del Mercurio, se   1868, entre muchas otras.
            hace patente la equiparación entre «canciones de la tierra»   En el templo, el uso del yaraví había sido documenta-
            como el yaraví, con el fandango español, así como la si-  do ya por Diego González Holguín en su Vocabulario Ge-
            nécdoque que equipara las canciones y las danzas con los   neral de la Lengua Quechua, escrito en 1608, pero fuentes
            caracteres nacionales. ¿Fueron realmente indígenas todas   musicales encontradas en archivos peruanos y bolivianos
            las canciones que llevaban ese nombre en el período de   atestiguan su uso como villancico de  dolor  o de  llanto
            transición del  virreinato a la república? Probablemente,   para diversas advocaciones aparentemente festivas, como
            no. En esta época crucial, el yaraví se escuchaba en los   la Navidad o la Virgen de Belén. Los yaravíes religiosos y
            templos, teatros y salones de las principales ciudades sud-  las canciones litúrgicas que imitan sus melodías siempre
            americanas, capitales de virreinatos, audiencias o cabezas   contienen la palabra «llanto», «dolor» o «lamentación», o
            de provincia, y se cantaba en castellano con una gran varie-  representan personajes indígenas entonando alabanzas a
            dad de versificaciones procedentes de la poesía española   María o Cristo, en textos intercalados de términos en que-
            neoclásica. Solo mantenía en común, en esos tres ámbitos,    chua o escritos en la variante de español andino. Exacta-
            dos rasgos característicos: la tristeza y su pretendida proce-  mente lo mismo ocurría con los villancicos de «negrillos»,
                                                               que imitaban el modo de hablar de los afrodescendientes
                                                               o incorporaban ritmos bailables dentro del rito religioso.
                                                               Es significativo que en ciudades como Huamanga y Cuzco,
                                                               el yaraví religioso nunca perdió su preponderancia hasta
                                                               bien entrado el siglo xx.
                                                                  De las fuentes escritas musicales y no musicales que
                                                               han llegado a nuestros días sobre este género, se desprende
                                                               que fueron los sectores criollos y mestizos letrados quienes
                                                               lo cultivaron con mayor asiduidad. El canónigo rioplaten-
                                                               se Mariano de la Torre escribía en 1814 que «los tonos del
                                                               Perú son todos tristes y patéticos, en los cuales no hacen
                                                               los yndios (sic) más que danzar y beber sin cantar; pero
                                                               los americanos cultos, prevalidos de  la sensibilidad que
                                                               causa el sonido musical triste y chocante de sus tonos, los
                                                               han reducido en composición de solfa, con el nombre de
                                                               yaravíes». Otro religioso, Antonio Pereira y Ruiz, que fue
                                                               diácono y sacristán mayor en la catedral de Arequipa, con-
                        Manuel Alzamaora. El yaraví, 1932      firmaba esta visión al consignar en su crónica escrita en

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