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ELOGIO DE MARIO VARGAS LLOSA




                                                     Alonso Ruiz RosAs

                   El próximo 28 de marzo, Mario Vargas Llosa cumplirá 88 años. Aunque en Lima, y más
              precisamente, en Barranco, el distrito de la capital peruana donde ha vuelto a residir junto a su leal
                compañera de siempre, se sienten todavía los calores del verano, el escritor ya ha comenzado a
                instalarse en sus etarios cuarteles de invierno. Antes de ese obligado recogimiento, frente a los
                     embates de lo que Francisco de Quevedo llamó en un soneto «injurias de los años»,
                 Vargas Llosa ha tenido la elegancia de despedirse de sus lectores. En octubre del año pasado,
                en una nota puesta al final de su última novela -titulada, cómo no, Le dedico mi silencio- dio por
                   cerrado su ciclo narrativo y dijo que querría solo escribir un último ensayo sobre Sartre.
                 Poco después, el domingo 17 de diciembre, publicó en El País una columna periodística con
                     la que concluía una carrera iniciada más de setenta años atrás, en una vieja máquina
                                  de escribir de La Crónica, un desaparecido diario limeño.


               i Vargas Llosa ha iniciado con estos ritos públicos
            Slo que podría llamarse, evocando a Simone de
            Beauvoir, su  propia «ceremonia del adiós», hora es
            también de recordar una vez más por qué muchos de
            sus lectores le estamos tan agradecidos. Habría que
            empezar por lo primero, su obra narrativa. En una
            auto-entrevista que se hizo el escritor español Javier
            Cercas cuando le fue otorgado el Nobel a Vargas Llo-
            sa, dijo: «Le hayan dado o no el Nobel, Vargas Llosa es
            desde hace bastante tiempo uno de los mayores escri-
            tores vivos en cualquier lengua.  Si se hubiera muerto
            o hubiera dejado de escribir con 33 años, cuando solo
            había publicado La ciudad y los perros, La casa verde, Los
            cachorros  y  Conversación en la catedral, lo habríamos       Vargas Llosa en su estudio limeño
            considerado uno de los mejores novelistas en español   tiras», como él mismo prefiere designarlas. La guerra
            de cualquier época. Esto es una evidencia. Pero es que   de Canudos, una tiranía dominicana, las desvaneci-
            después escribió cosas como La tía Julia, como Histo-  das ilusiones del gobernante guatemalteco Árbenz
            ria de Mayta, como La guerra del fin del mundo, como La   o del nacionalista irlandés Casement -que investigó
            fiesta del chivo. Busque el nombre de un solo novelista   también las atrocidades del Putumayo-, además de
            actual que haya escrito siete novelas de esa ambición y   los respectivos tramos bordeleses y tahitianos en las
            de esa potencia y ya me contará».                 peregrinaciones de su lejana pariente Flora Tristán
                Veinte novelas y un libro de memorias con es-  y de Paul Gauguin, han adquirido nueva vida en el
            tructura novelística, El pez en el agua, donde alterna   hechizo fabulador de su obra.
            en vertiginoso ritmo episodios de su infancia y juven-  «Claro que tiene altibajos, como la de todo el
            tud con la aventura electoral que protagonizó a fines   mundo. Pero lo relevante es que, cuando Vargas Llosa
            de los años 80, dan sobrada cuenta de lo señalado   está en su punto más bajo, es mejor que casi todos los
            por Cercas. Una legión de críticos, entre los que so-  demás novelistas cuando estamos en nuestro punto
            bresale por su perspicacia Efraín Kristal, ha analizado   más alto» dice también Cercas en ese diálogo consigo
            y desmenuzado ese asombroso conjunto narrativo. El   mismo. Desde el punto de vista de quienes compar-
            Perú -con sus dramas y su sorprendente diversidad,   ten su oficio, el novelista Vargas Llosa resulta apabu-
            que se va atando y transformando entre las rasgadu-  llante. Solo un talento asombroso, unido a una férrea
            ras y las efervescencias de una dilatada historia- está   disciplina, puede permitirle a alguien construir una
            en el centro de esa parte fundamental de su escritura,   obra de tal magnitud y complejidad. Lo sorprendente
            caracterizada por una soberbia destreza en el arte de   es que no solo realizó a pulso ese esfuerzo narrativo.
            narrar, hurgando sin tregua en la médula inflamada   El «continente Vargas Llosa», como lo llama el poeta
            de lo humano. Pero no solo el Perú ha alimentado la   Carlos Germán Belli, suma en su geografía imaginaria
            combustión de una creatividad prodigiosamente do-  otras cumbres y espesuras. Además de las incursiones
            tada para elaborar ficciones, esa «verdad de las men-  por el relato corto y las obras teatrales -afición que

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